Asciendo por las laderas de tu insondable montaña, sigo el recorrido sin plano ni brújula, asciendo sin pensar en lo abrupta que es la montaña. Voy siguiendo el rastro que tus huellas en otro tiempo dejaran. Avanzo escuchando el eco de mi latido y presto atención plena a su dictado.
Subo lentamente por la pendiente, algo dentro de mí se contrae y siento vértigo al contemplar el vacío que desde las alturas contemplo. Sin preguntas ni respuestas ni razones ni argumentos, solo me dejo llevar hacia dónde la intuición me guía, sé que debo subir la pendiente hasta llegar a tu cumbre y acariciar tu cielo.
Asciendo por la pendiente, sorteando todo tipo de inconvenientes con los que por el camino me encuentro, me asalta de repente la duda de si el esfuerzo merecerá la pena.
Quiero tocar tu ser, beber de tu esencia, embriagarme con tu néctar hasta perder la noción del tiempo y quedarme en tu cúspide inundándome de brisa fresa.
De espaldas al mundo forjar un mundo nuestro, junto a ti, absorbiendo con la mía tu mirada, saciar el hambre con cada beso, con cada suspiro mimarte. Motivarte con palabras de aliento, ser tu abrigo en cada abrazo y fundirme y ser una en ti, ser la cima de la montaña en la que se posen tus alas, ser culminación de tu esencia y prolongación de tu alma.
Asciendo sin fatigarme, tomándome el descanso necesario. Se desintegró el tiempo en el camino y de forma atemporal realizo el viaje. Se desvanecen las dudas en el trayecto a medida que a tu universo me acerco y puedo con mi alma tocar el cielo de tu alma.
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