martes, 23 de noviembre de 2021

EL JARDÍN

 







Acostumbraba a saborear el aire limpio y puro que se filtraba a través de los grandes ventanales de acceso al jardín con mirada nostálgica, pensó que ahora ya era el momento de hacer un gran esfuerzo y cruzar la puerta y salir fuera para disfrutar de ese espacio tan querido para ella. Logró salir al hermoso jardín y se sentó en el butacón de mimbre que como un reclamo esperaba su llegada. Allí estaba, junto al pequeño estanque por primera vez después de mucho tiempo. La mirada se posó en las transparentes aguas buscando a los pececillos de colores con la ilusión de una niña pequeña cuando contempla por vez primera un acuario.

Por fin podía saborear el aroma que desprendían las rosas, los jazmines, toda la gama de fragancias de la variedad de flores y plantas aromáticas que allí, en aquel bello jardín había plantado en su juventud y que todavía seguían floreciendo todas las primaveras. Ella ya no podía hacerse cargo de su cuidado como lo hacía antes, así que había contratado los servicios de un jardinero para esa tarea y así, su hermoso vergel se mantuviera tan esplendorosos como siempre. En su interior sitió un gozo y una placidez indescriptibles al sentirse viva, al  haber podido cruzar por sí misma la puerta que la separaba de aquel lugar que tantos recuerdos le traía.

El aire puro, el cielo límpido sin contaminantes que enturbiaran la atmósfera le ofrecía el mayor de los deleites, era un auténtico regalo para su espera. Saboreaba con verdaderas ansias el momento que estaba viviendo, sabía que quizá no podría volver a salir por su propio pie al jardín, así que quería conservar en sus sentidos todas las fragancias, sentir en su piel el suave roce del aire que parecía venía a darle la bienvenida en aquel espléndido y soleado día de primavera.

Allí, en su butacón de mimbre se acomodó y se dejó seducir por las sensaciones y emociones que la embargaban, se adormeció acunada por los rayos de sol que acariciaban su rostro. En un semisueño vio transcurrir su vida al lado de la persona amada, años de plena felicidad a pesar de no haber tenido el preciado regalo de ser padres. Aceptaron ese hecho sin traumatismo alguno y sin que eso fuera un obstáculo para ser felices.

Las puertas de su hogar siempre estuvieron abiertas para vecinos y amigos y se consideraron siempre muy afortunados por tener la gran suerte de poder disfrutar de las risas y diabluras de todos los niños que se acercaban siempre atraídos por el colorido y la fragancia que ofrecía el jardín desde fuera. Siempre los recibieron con alegría y les hacían pasar dentro para que pudieran disfrutarlo de cerca con sus juegos infantiles.

Con el tiempo se convirtió en hábito, así que todas las tarde les preparaba una suculenta merienda con la que los pequeños se deleitaban. Las visitas se mantuvieron mientras duró la infancia y después, una vez alcanzada la edad adulta, los chicos y chicas continuaron visitando su hogar y gozando de la mutua compañía. Cuando su esposo falleció sus visitas se incrementaron y estuvieron siempre pendientes de ella, dándole todo el amor, consuelo y cariño como fruto de la semilla que fue sembrada en sus corazones desde la edad infantil.

El sol le daba de pleno calentando su cuerpo mientras dormía plácidamente con una sonrisa dibujada en su rostro. Una voz suave, cálida, muy conocida y amada se acercó a ella y en un tono de ternura infinita le susurró al oído: Despierta mi amor, ya llegaste a tu destino, ya has cruzado el umbral, ahora estamos juntos por siempre para gozar de nuestro amor eternamente.

Abrió los ojos lentamente y se fundieron en un abrazo mientras lágrimas de dicha rodaron por sus mejillas.

En el interior de la casa, en la habitación principal, el cuerpo de una anciana yacía en su lecho con una expresión en el rostro de completa placidez. La estancia se iluminó de repente, un haz de luz se proyectó en el lecho y atravesó el umbral elevándose hacia el infinito.




Imagen de la red




martes, 9 de noviembre de 2021

QUISE...






Quise alcanzar tu luz, conquistar tu mundo, perderme en la inmensidad que hay más allá de la simple apariencia. Quise abrazar tu halo y respirar tu polvo de estrellas. Quise ser nube y desplazarme contigo por el azul del cielo, cabalgar a lomos de Pegaso divisando desde el espacio la divinidad del Universo.




Imagen de la red